PRIMEROS PASOS DE LA TERMOMETRIA
A finales del siglo XVI a manera de evidenciar los cambios de temperatura, Galileo Galilei (Pisa, 1564 -1642) construyó un instrumento sensible a la variación de la misma. Se trataba de un tubo de vidrio el cual era abierto por un extremo y por el otro finalizaba en un bulbo grande. Este último contenía aire que se expandía ó contraía por efecto térmico. El instrumento era sumergido en agua por el extremo abierto y la columna de líquido variaba de longitud cuando el aire en el interior del bulbo se calentaba o enfriaba.
La lectura se hacía con el nivel de líquido en el tubo de vidrio, esto variaba dependiendo de la cantidad de aire que pudiera expandirse o contraerse dentro del bulbo. El termoscopio no poseía escala alguna (no era propiamente una medición de temperatura), presentaba el problema de que la altura del líquido dependía también de la presión atmosférica.
En el año de 1611 Santorre Santorio, prestigioso médico veneciano, pionero de la introducción cualitativa en las ciencias biológicas, dio uso clínico al termoscopio, colocando sobre este una graduación numérica. Santorio marcaba la altura del líquido al colocar el bulbo en agua con hielo y luego sobre la llama de una vela, dividiendo así el intervalo en partes iguales. Ese sería el primer termómetro, aunque la palabra no sería utilizada hasta 1624, cuando lo hizo el jesuita Jean Leurechon en su tratado "Du thermomètre, ou instrument pour mesurer les degrez de chaleur ou de froidure, qui sont en l'air".
Los primeros termómetros basados en la dilatación de líquidos nacieron a mediados del siglo XVII. El gran Duque de Toscana, Fernando II de Medici ideó uno, el cual consistía en un tubo cerrado en el extremo superior y poseía un bulbo lleno de aguardiente coloreado en el extremo inferior. Este líquido tenía la ventaja de tener un mayor coeficiente de dilatación en comparación con el agua. Si el tubo era largo se enrollaba en forma de hélice, lo que confirió su aspecto característico a los llamados termómetros florentinos.
En 1714, el físico Gabriel Fahrenheit reemplazó por mercurio las mezclas alcohólicas del termómetro florentino, lo que le permitía medir temperaturas superiores y propuso reflejar con el cero la más baja que pudo conseguir en una mezcla de hielo, agua y sal. El grado 96 era referencia del calor propio en el cuerpo humano. Esta era la temperatura que reflejaba el termómetro cuando se colocaba en la boca o bajo el brazo. Dicha escala, mostraba que la temperatura de congelación del agua es 32 y la de ebullición 212.
Por su parte, en 1742, Anders Celsius propuso sustituir la escala del alemán Gabriel Fahrenheit por otra cuyo manejo era más sencillo. Para ello creó la escala centesimal que iba de 0 a 100. El punto correspondiente a la temperatura 100 ºC coincidía con el punto de congelación del agua mientras que la temperatura a 0 ºC equivalía a la temperatura de ebullición del agua a nivel del mar. La escala, por lo tanto, indicaba un descenso de temperatura cuando el calor aumentaba, al contrario de como es conocida actualmente. Un año más tarde Jean Pierre Christin señaló la conveniencia de invertir esos puntos.
La escala resultante fue la de grados centígrados, pero en 1948 la Conferencia General de Pesas y Medidas (CGPM) hace el cambio en la denotación, para hacer referencia a una temperatura en el sistema internacional de unidades, de "grados Centígrados" a "grados Celsius". Debido a este cambio es incorrecto usar la frase "grados Centígrados" siendo la forma correcta "grados Celsius".