ES NECESARIA LA SEGURIDAD AMBIENTAL
Las últimas catástrofes naturales, especialmente los huracanes que han devastado los países ribereños del Caribe, nos hace reflexionar sobre los cambios naturales del medio ambiente como los terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, huracanes, tornados, etc., que amenazan continuamente la seguridad de las sociedades, y ha veces pueden tener consecuencias más devastadoras que las guerras.
Los cambios ambientales generados por la humanidad, como la temperatura cada vez más alta, el cambio de clima, la desaparición de la capa de ozono, el efecto de invernadero, la elevación del nivel del mar, la contaminación de ríos y lagos, etc., pueden tener efectos similares, y aún mayores a largo plazo.
Hay diferentes definiciones de “seguridad ambiental” pero el meollo de todas, es que se trata de las amenazas a la seguridad que se originan en el medio ambiente. El concepto de seguridad ambiental tiene su origen en la Carta Mundial para la Naturaleza, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas como su Resolución Número 37/7 del 18 de octubre de 1982.
Las consecuencias de la desigualdad de distribución, caracterizada por las enormes diferencias “per capita” en el consumo de recursos, y la degradación ambiental global causada por la parte industrializada del mundo, afecta a todos, pero especialmente a los países más pobres. Todo esto causa una vasta gama de problemas ambientales globales, que inevitablemente producirán inquietud social y probablemente violentos conflictos políticos.
El medio ambiente siempre ha sido causa de conflicto, y probablemente se convertirá en la principal causa de guerras en el futuro cercano. Estas guerras no serán básicamente por dominio de un territorio, por lo cual hasta hoy se han entablado la mayoría de ellas, sino por el control de los factores ambientales como el aire, el agua y la tierra.
En el presente siglo (XXI) las guerras no serán necesarias o inevitablemente causadas por conflictos debidos al deseo de tener acceso a recursos, como en el pasado, los conflictos serán acerca de la distribución de los recursos. En efecto, será el cambio en la distribución de los recursos disponibles que hará cada vez más probable los conflictos.
Esta nueva perspectiva sobre la historia puede parecer exagerada; no obstante, la degradación de nuestro medio tendrá graves y trascendentales consecuencias sociales y políticas. En términos más generales: las sociedades humanas dependen de los recursos naturales y las grandes perturbaciones, trastornos, revoluciones, y la mayoría de las guerras han sido causadas en última instancia, por conflictos acerca del acceso, el control o la ausencia de recursos naturales.
En la actualidad ya casi nadie duda que los cambios ambientales serán la causa más importante de conflictos futuros. El rápido aumento de la población mundial, más de seis mil millones, producirá un marcado incremento de la demanda de alimento, igualmente que de aire y agua puros; también producirá un mayor consumo de energía, aunque ésta seguirá distribuida en forma desigual.
Por ahora, somos incapaces de satisfacer estas necesidades sin tener que degradar nuestro medio, que debiera ser patrimonio común de la humanidad. Los océanos están perdiendo sus peces, las selvas tropicales sus árboles, se están agotando nuestras reservas de petróleo, la erosión de las tierras a aumentado produciendo desertificación, lo que ha aumentado la emigración en masa produciendo refugiados ambientales.
Al entrar en el siglo XXI ha surgido la paradójica situación de que se ha reconocido como naciones soberanas e independientes a más de 192 Estados, pero casi todos los países son ecológicamente vulnerables y son cada vez más interdependientes para abastecerse de alimentos, agua y energía. Conforme estas necesidades crezcan rápidamente, y cuando los gobiernos nacionales en gran parte sean incapaces de satisfacerlas, podrá esperarse un aumento considerable de la tensión política.
Sin embargo, la introducción del principio de prevención, que implica el deber de los Estados de actuar con la debida diligencia para garantizar que las actividades realizadas bajo su jurisdicción o control no perjudiquen el medio ambiente de otros Estados o zonas situadas fuera de su jurisdicción nacional, constituye una obligación general cuya violación genera responsabilidad internacional, así lo han reconocido y reiteradamente evocado significativos instrumentos internacionales, como: la Declaración de Estocolmo, Declaración de Río, Carta de deberes y derechos económicos de los Estados, Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del mar, etc.; igualmente que numerosa jurisprudencia internacional como: el asunto del estrecho de Corfú (CIJ,1949), las decisiones arbitrales de la Fundición de Trail (1941) y del Lago Lanos (1957), entre otras.
Existe una creciente presión por resolver estos problemas mediante compromisos y tratados internacionales. Sin embargo, la negociación basada en una conciencia de interdependencia son casi exclusiva de los países desarrollados que la practican en detrimento de los subdesarrollados, por lo que se hace necesario que éstas se hagan sin exclusión al interior de la Organización Mundial con procedimientos y mecanismos multilaterales, dejando firmemente vinculado el ambiente al desarrollo, los factores económicos a los ecológicos, los legales a los militares, sin olvidar otras delicadas dimensiones de seguridad para el medio ambiente.